Por Gilberto Prado Galán

Distinguimos tres claras vertientes en la palabra poética de Eduardo Cerecedo: un poderoso empeño analógico, el diálogo fecundo y amoroso con la naturaleza  y una admirable concisión que permite de manera paradójica potenciar el poder sugestivo de la voz lírica: “La madrugada nos golpea con los trenes/de niebla que fabrica el sueño”. La respiración y el tono poéticos crean una atmósfera de admirable plasticidad que induce al lector a evocar escenarios y a sentir, como una presencia oblicua, la voz del mar, el susurro del agua cadente (en los dos sentidos que esta palabra convoca) y el latido de las manos de Dios en sus pasmosas versiones cósmicas: “Al centro de la ventana se hunde el gran árbol del día”.  La otra visión de la poesía de Condición de nube es la percepción elástica del fluir temporal, como ocurre en el poema “Fronda”: “Alzo la vista, desenmaraño el día/para tensar lo desvanecido del instante”.

Condición de nube confirma y fortalece la trayectoria poética de Eduardo Cerecedo: un río verbal escrito bajo la clara sombra, como diría el poeta, de la meditación y del silencio.

SELECCIÓN DE POEMAS.

PERTENECEN AL LIBRO GANADOR DEL PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA “BERNARDO RUIZ”  2010, ESTADO DE MÉXICO

RAPSODIA  A LA LLUVIA

I

Llega junio con mujeres abundantes, mujeres ovulando, de bocas repletas de grosella,

música su follaje donde el verdor llega hasta lo amarillo del día,

lo abren, se miran en las horas espejeantes. Surtidor de sensualidad desborda el tiempo,

cauce de aromas, el jardín sus piernas. Las piernas brillan con fresca armonía,

también sus cuerpos de hojas llenos para saciar los ojos.

Llega junio y los pájaros son nubes que el viento recoge en la fronda de la tarde, ahora

roja por el mes, abierto por la mujeres que me mueven la memoria: follaje de flamboyanes,

de esa premura de algo.

No venteo nada, percibo claro el río de los tallos, palpando lo rugoso de la espera en este

claro de la página por volverse un saurio en la imagen crecida del lenguaje.

II

Algo toca el mar, una luz tierna nace: la espuma, red de levante. Una escarcha de brisa

deja como escultura el movimiento de la luna.

Llama o flama que las rocas adelgazan hasta hacer de sus cuerpos un filo que ha de cortar

el mediodía con el viento.

Un faro pare la ausencia de la lluvia al incrustar en lejanía,  el correr del agua por los tallos

de las matas de plátano.

El agua también alumbra parte del tiempo que se disgrega por el manglar. Donde la música

apaga el esplendor de gargantas.

Apenas observo la noche en tus ojos, una lluvia se divisa, ahora cielo la noche.

III

Bajo el mangle  miro como el agua trepa el rubor de la  tierra en élitros, pájaros aíslan

un bebedero que la noche dispersa cuando llueve.

El manglar es una isla que la noche empuja para que la luna empape de peces la marea.

Ahora candelas para entibiar mi corazón.

Arrecia la lluvia, agua por todos lados, por todas partes chorrea el mar su salitre. Aquí

se esculpe la estancia, que me lleva a un solo camino: la infancia. Lámpara que en la noche

una pira por donde asciende la rotación del agua por el golfo.

IV

Llegó junio y el cristal por el que veo el tiempo es golpeado por la música de Bach y sobre

la mesa, la novela de Eusebio Ruvalcaba divide la luz tenue de mi habitación,  que una

veladora adorna con su calor la voz del escritor que bebe un appleton, con agua mineral y de

hielos repleto.

Salud poeta por, una vez más, aumentar el silencio a la noche. Se va junio con sus aguas apretadas

en el vientre y un abrazo al de Guadalajara desde esta costa del Golfo de México,

sin mayor pretensión que estas palabras escogidas bajo el cielo de junio reclamando su nombre.